Un verano accidental


Todo me pasa a mi, y si no es así que venga Dios y lo vea porque no es lo que pienso yo. He estado de vacaciones en Benidorm con mi novia y otras tres parejas de amigos. Nosotros eramos ocho pero en la playa habría cerca de 100.000 personas (deducidas) y es a mi a quien le deben ocurrir todos los percances. Además, los más tontos.

Estoy báñándome y jugando con las olas, cuando... viene una ola, me arrolla, me revuelca y me rompe los ligamentos de la clavícula. Ala, con un cabrestillo como objeto ornamental debo pasearme allá donde voy. Y lo peor de todo fue la vergüenza que pasé cuando toda la playa de Levante dirigió su mirada hacia mi persona y el bulto huesudo procedente de mi hombro.

La cosa no queda ahí porque cuando me trasladaron al hospital, el conductor de la ambulancia de la Cruz Roja se confundió y me llevó a uno privado dándose el piro ipso facto. Seguro que tengo que pagar el traslado desde el Hospital de Levante hasta el de Villajoiosa sólo por un error ajeno a mi persona. Sin olvidar el dolor que sentí cuando tuve que pagar el taxi de regreso al pueblucho ese infectado de veinte duros (no la moneda, sino las tiendas). Y encima me mandan reposo. Y lo mejor de todo es que he cogido un par de kilos no deseados, y no se me ofrece ninguna pastilla para abortarlos, con lo que los odio.

Si quereis saber más sobre mis andanzas estivales llamadme o mandadme un correo, que aunque tarde en contestar, contestaré.


¡Qué agusto me he quedado!

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