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Con la vista en el horizonte, dejo de escribir, porque para mí la vida hace cincuenta años que terminó, con el destino, al que un día desafié, y que me jugó la peor de sus trampas. Pero nunca olvides seas quien seas que en Roma está la felicidad, esa eterna y concluyente compañera de viajes y una gran amiga y confidente con quien poder hablar y sentirte escuchada, esa misma que no deja de acompañarte ni en un único paseo por las calles de la ciudad más majestuosa y mítica, descartando la religiosidad del planeta. Así es que me voy, con el lápiz entre los dedos de una mano y el papel en la otra.
Salgo de mis recuerdos para no querer entrar en ningunos otros.
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Archivo encontrado en la biblioteca pública de Roma
30 de junio de 1984
Con la vista en el horizonte, dejo de escribir, porque para mí la vida hace cincuenta años que terminó, con el destino, al que un día desafié, y que me jugó la peor de sus trampas. Pero nunca olvides seas quien seas que en Roma está la felicidad, esa eterna y concluyente compañera de viajes y una gran amiga y confidente con quien poder hablar y sentirte escuchada, esa misma que no deja de acompañarte ni en un único paseo por las calles de la ciudad más majestuosa y mítica, descartando la religiosidad del planeta. Así es que me voy, con el lápiz entre los dedos de una mano y el papel en la otra.
Salgo de mis recuerdos para no querer entrar en ningunos otros.
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Archivo encontrado en la biblioteca pública de Roma
30 de junio de 1984
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